Juan Torres López
Cuando se haga historia, el Partido Popular será recordado
como un partido de grandes mentiras y trampas. La pérdida de las
elecciones después de su primera etapa de gobierno se debió a una gran mentira;
alguno de sus dirigentes, como Esperanza Aguirre, llegó al poder después de una
escandalosa compra de votos y voluntades; otros -en comunidades autónomas, diputaciones
y ayuntamientos- no disimulan a la hora de ocultar de mil modos cuanto les
incomoda y por supuesto su connivencia con los corruptos a quienes solo salva
la campana de la prescripción o la connivencia de jueces de su misma ideología
e intereses. Y su paso por la oposición en los últimos ocho años de gobierno
socialista han sido todo un culto permanente a la mentira, a la doble palabra y
al juicio de intenciones.
Durante todo este
ultimo tiempo se han dedicado a criticar al gobierno de Zapatero por medidas
que sabían perfectamente que serían las que iban a aplicar sin lugar a dudas
cuando estuvieran ellos en el poder, y así ha sido, o que ya aplicaban en las
comunidades en donde gobernaban.
Decían que nunca
negociarían con ETA y lo han hecho, como debe ser, en cuanto que los
terroristas han dado muestras de rendición y abandono de las armas. Criticaban el uso
partidista de los medios públicos, cuando nunca la oposición tuvo más presencia
en ellos y cuando nunca existió en España una gestión más profesionalizada de
RTVE, y han tardado semanas en entrar a saco para garantizar el control
excluyente de su partido, como hacen de manera descarada en las comunidades en
donde gobiernan.
Pusieron verde a
Zapatero por realizar una reforma laboral mucho más suave que la que ellos
mismos llevaron a cabo. Afirmaron que nunca rebajarían el coste del despido (“el problema
económico de España no se soluciona con el abaratamiento del despido” afirmó
Montoro en junio de 2010) y lo han rebajado más que nunca. Atacaron sin piedad
al anterior presidente por subir impuestos, y casi juraron por lo más sagrado
que ellos no lo harían (es un disparate quitarle recursos a los particulares y
subir los impuestos” dijo Mariano Rajoy en Málaga el 11 de julio de 2009) pero
los subieron en su primer consejo de ministros. Prometieron a los españoles que no
recortarían gastos sociales básicos (“Le voy a meter la tijera a todo, salvo a las
pensiones públicas y a la sanidad y la educación, donde no quiero recortar los
derechos de los ciudadanos” dijo también Rajoy pocos días antes de las
elecciones de noviembre de 2011) y han llevado a cabo el mayor recorte social
de la historia reciente. Criticaron la subida del recibo de la luz (“La subida de la luz
es una nueva vuelta de tuerca a la maltrecha economía de los españoles”, decía
Rajoy el 27 de diciembre de 2010) y lo subieron a poco de empezar a gobernar.
Prometieron que financiarían la ley de dependencia (“debe financiarse porque es
una de las necesidades más importantes que tiene la sociedad española”, Mariano
Rajoy en enero de 2008) y han dejado de hacerlo a las primeras de cambio.
Hemos vivido ocho
años en los que el PP ha hecho un arte de la mentira y de la demagogia
política, dedicándose sencillamente a debilitar al contrario solo a base de
proclamar, sabiendo lo falso que eso era, que si ganase las elecciones nunca
haría lo que hacían los socialistas.
Se podría justificar esa
mentira constante por el ansia enfermiza de gobernar y disponer del poder, que
las derechas han considerado siempre que por definición es suyo y que no tienen
por qué compartir con quienes en realidad consideran que son la anti España. Aunque, en todo caso, fueron mentiras que dañaron mucho a
España. Primero, porque un país siempre se resiente cuando una fuerza
política tan importante y representativa se empeña en crear y fomentar el clima
guerracivilista, como hizo de mil formas el PP. Y segundo porque se hizo en
momentos de crisis internacional en los que la confianza en España y en sus
instituciones era más importante que nunca.
Pero si la mentira
política es lamentable y costosa cuando se practica en la oposición, cuando se
produce en el ejercicio del gobierno refleja una carencia total de patriotismo
que la hace extremadamente peligrosa.
Y el problema es que
el PP, como si ya no supiera sacar réditos políticos de algo distinto al
engaño, no ha parado de mentir a los españoles también desde que llegó al
Gobierno. Mintió, como he dicho, al inicio, desde el primer momento, cuando se
sacó de la manga su programa oculto, las medidas que siempre prometió que nunca
tomaría pero que puso en marcha inmediatamente.
Solo por eso, creo que
habría que reclamar ya la dimisión de este gobierno y la convocatoria de nuevas
elecciones.
El Partido Popular disfruta de una mayoría absoluta como resultado de una
oferta electoral falseada, de un colosal fraude electoral cometido al presentar
a los españoles una propuesta de acción de gobierno que sabía perfectamente que
no iba a cumplir.
Pero es que ha seguido
mintiendo.
Ha presentado reformas como parte de un plan de acción meditado cuando a las
pocas semanas ha vuelto a presentar otras que la corregían, como ha sucedido
con la financiera. Ha
presentado medidas en la rueda de prensa posteriores a los consejos de
ministros, o incluso en sus notas informativas, que luego no aparecían en los
decretos, o han aparecido en los decretos temas que se habían disimulado o que
se habían anunciado antes de otro modo para engañar a la gente (como pasó con
asuntos sensibles como las retribuciones de los directivos o con varios
aspectos de la amnistía fiscal). Y está mintiendo el gobierno ya de manera
descarada en relación con su escandalosa gestión de Bankia. Afirman un día que
prestarán el dinero para poder recuperarlo, y al día siguiente resulta que es
aportación irrecuperable de capital. Dicen que la intervención no influirá
sobre la prima de riesgo, y resulta que la hacen a base de inyectar deuda
soberana. Hablan
de que impondrán plena transparencia y se niegan a que haya declaraciones en el
Congreso o comisiones de investigación. Un día dicen que hay un agujero de una
cantidad y al día siguiente resulta que se triplica. Mienten cuando dicen que
intervendrán a las comunidades que incumplan objetivos de estabilidad y luego
se limitan a presionar a aquellas en las que no gobiernan ellos, mirando sin
embargo a otro lado cuando el PP es el responsable de los mayores desfases
presupuestarios de autonomía o ayuntamientos. Y mienten sobre Europa, dejando caer
que España cuenta con un apoyo que en realidad no existe, como mienten sobre el
riesgo en el que se encuentra la economía española, tratando de ocultar los
estragos que están produciendo sus contradicciones, imprevisiones y mentiras.
Siempre está mal,
pero no es igual mentir cuando se está en la oposición que cuando se gobierna.
Mentir como hábito cuando se tiene la responsabilidad de dirigir los destinos
de una nación es muy poco útil (como ya pudo comprobar el PP cuando gestionó
mintiendo la matanza del 11-M) porque se está en un altar hacia donde todos dirigen
las miradas y antes o después se descubren los engaños. Pero, sobre todo, es
muy peligroso porque se pone en riesgo la estabilidad social y la integridad
del Estado.
Las mentiras del PP, la
falta de patriotismo que reflejan, son la principal amenaza que se cierne hoy
sobre España. Para hacer frente a la situación tan extraordinariamente
difícil en la que estamos es imprescindible transparencia, sinceridad, hablarle
claro a los españoles y no hacer de trileros frente a ellos, que es lo que
están haciendo sus dirigentes. Es complicidad de los de abajo y no el rédito
político que pueda sacar un partido lo que puede hacer que España se enfrente
con éxito a la situación a la que nos han llevado nuestras propias torpezas y
la sumisión a los poderes financieros y de la gran patronal. El PP ya ha fracaso y
estamos en tiempo de descuento. Cuanto más se alargue,
más dramática será la agonía.